viernes, 19 de junio de 2015

La infinidad del espacio. La ausencia de toda fuerza.
Un beso, un abrazo. Tuyo, solamente tuyo.

Me vuelvo un gran envase de nada cuando me dejo encadenar al escuchar susurrar el idioma del cielo y del sol. Una sensación, un momento. El caos de la lujuria, la biopolítica de nuestros cuerpos. ¿Cómo explicar este doloroso placer?
El fernet que dejamos en la mesa se entibia, al igual que el aire que respiramos. El amor incompleto. La mirada cómplice del silencio que nos sentencia. Nadie dijo nada, las calles de Avellaneda ya hablaban por los dos.
Al fondo Pajaritos Bravos Muchachitos.. “Si lo mejor de los mejor del amor, Dios siempre se lo quedo para el.”
Eramos una gran masa de fuego que jamás paraba de encender. Una llamarada avivada por el roce de nuestra piel.  Mi ser temblaba y sucumbía ante semejante hervor, mis piernas se aflojaban cada vez que sentía tus manos recorrían mi espalda, que tu respiración cantaba dulces melodías al oído, que tus labios paseaban como un laberinto por mi cuello. Esa fuerza que se generó me eleva. De repente, había una sola piel, la nuestra.
Hay algo en vos, una perfección inexacta que distorsiona lo real.

-Cómo te dicen?  Guido o Agustín?
-Como más te guste.

Ahí, sin darme cuenta, me entregué en cuerpo y alma.

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