domingo, 28 de junio de 2015

Me sometí a que todas las voces fueran tu voz, a que todas las espaldas fueran tu espalda.
En el Roca a Lanús la vida se mide de a estaciones, latas de birra y rostros cansados.
La maquina del sistema devora cerebros, es el matadero donde se faena la vida. La palabra pierde fuerza y lo especular se torna primario. Hoy ya no somos nuestros, nuestra imagen ya no nos pertenece.
Somos la carne putrefacta, los restos de algo que alguna vez fue un ser corpóreo. El sistema nos devora por dentro sin que nosotros nos demos cuenta, come cabezas y al mismo tiempo las llena de nada. Nos convertimos en un objeto que depende del control constante; todo el tiempo queremos tener el control sobre el otro pero sin que el otro se dé cuenta. Observamos sin ser observados, el panóptico de la vida como la conocemos. Queremos tener el control del cuerpo y de las acciones del otro y sin darnos cuenta ese control se sale de control y nos termina controlando a nosotros.
El sistema come, devora y aniquila. El sistema es despiadado, no perdona. El sistema te viola sin que vos te des cuenta, te pega todos los días, te deja marcas y no las ves.

El sistema. El control. 

sábado, 27 de junio de 2015

El recuerdo de tu voz, la sensación de sentirte dentro mío. La cancha de Racing decora el paisaje que se aprecia desde el balcón. Avellaneda nunca se apaga.
Los besos en el ascensor, ese amor que duraba 10 pisos. Las charlas esperando el colectivo, las peleas con las piernas que hacíamos en el viaje.
La risa infantil, tierna e inocente que tenías cuando te hacia cosquillas. Esa cosa de esconderte debajo de la remera.
Tu indecisión a la hora de vestirte para salir, tus pantalones nuevos, tu placard lleno de camisetas de la Academia.
Las copas de vino, el fernet de las 3 de la mañana. Los besos en la mesa interrumpidos por Hono. El brillo de tus ojos rojos y lo colgado que te ponías cuando fumábamos.
La mañana del día siguiente, la fiaca en la cama y el abrazo eterno.
Las sabanas eran nuestra jaula.
Los mates de desayuno del domingo. Tiempo Argentino y Página/12. Mercedes sosa y su Cantora. La despedida.

El próximo diluvio te vuelvo a ver.
Una hoja en blanco que lleva la mancha de la ceniza de un cigarrillo que acabo de encender.
Sigo sin poder hallar ese amor que no genere dolor, es un proceso de autodestrucción constante. Será que me encanta el sabor del dolor, será que encuentro alivio en el saber que no me queres. Sigo buscando excusas y justificándote, recogiendo pedazos de viejos dolores te encontré. Porque este dolor no es tuyo, no te pertenece, son heridas que siguen ardiendo en la carne y penetran hasta los huesos. Es sangre ya derramada.
Sos ese nudo en el pecho que anuncia lo inevitable.
Mi vida se basa en eso, en enamorarme del no amor. Amar a una sombra, amar a la nada misma.

Un espejo en el que del otro lado no hay nadie. Sos una construcción que nació de lo destruido.
Las noches de Gibraltar en San Telmo. El amor del escabio y el faso, la indiferencia del día siguiente. La resaca de la resurrección. Todavía puedo sentir tu sabor en mi boca, tu perfume en mi ropa.
Aylen de 12 años me dice que estar enamorado de alguien es querer proteger a la otra persona, pero que pensar todo el día en ella es una obsesión.
El no amor.
Que no me mandes un mensaje todo el día, también es un mensaje.

La pasión desmedida, el amor unilateral. La paranoia de la soledad.

viernes, 19 de junio de 2015

La infinidad del espacio. La ausencia de toda fuerza.
Un beso, un abrazo. Tuyo, solamente tuyo.

Me vuelvo un gran envase de nada cuando me dejo encadenar al escuchar susurrar el idioma del cielo y del sol. Una sensación, un momento. El caos de la lujuria, la biopolítica de nuestros cuerpos. ¿Cómo explicar este doloroso placer?
El fernet que dejamos en la mesa se entibia, al igual que el aire que respiramos. El amor incompleto. La mirada cómplice del silencio que nos sentencia. Nadie dijo nada, las calles de Avellaneda ya hablaban por los dos.
Al fondo Pajaritos Bravos Muchachitos.. “Si lo mejor de los mejor del amor, Dios siempre se lo quedo para el.”
Eramos una gran masa de fuego que jamás paraba de encender. Una llamarada avivada por el roce de nuestra piel.  Mi ser temblaba y sucumbía ante semejante hervor, mis piernas se aflojaban cada vez que sentía tus manos recorrían mi espalda, que tu respiración cantaba dulces melodías al oído, que tus labios paseaban como un laberinto por mi cuello. Esa fuerza que se generó me eleva. De repente, había una sola piel, la nuestra.
Hay algo en vos, una perfección inexacta que distorsiona lo real.

-Cómo te dicen?  Guido o Agustín?
-Como más te guste.

Ahí, sin darme cuenta, me entregué en cuerpo y alma.