lunes, 14 de octubre de 2013

Que soledad filosa la que nos abruma por las noches, que silencio estruendoso el que nos golpea en la cara. Salgo a caminar, de compañía tengo el maullar de los gatos ,el ladrido de los perros, sirenas de patrulleros y otros sonidos nocturnos. Hay tanta quietud que hasta oigo los pensamientos de mis pensamientos; es como si estuviera yo solo, incluso hay momentos donde creo que ni siquiera yo estoy presente. Me convierto en una proyección astral de mí mismo y comienzo a elevarme en el aire frío del día nocturno, soy un ave de la oscuridad que observa las luces de la ciudad, los amores clandestinos, las adicciones más perversas. La noche fue creada para liberar al hombre del hombre, se inventó para despertar a los animales más lujuriosos en su afán de satisfacer las ideas menos cuerdas y la sed de carne. Uno, cuando cae la noche, deja de ser uno y comienza a ser ese lado oscuro de la luna que muy pocas veces conoce.
Sin embargo la oscuridad es tan dependiente como cualquier humano, es decir, que para que exista tal cosa es necesario que haya luz. Una estrella necesita oscuridad para brillar, el animal del hombre necesita un domador que lo controle y ese domador somos nosotros mismos, ese hombre que controla es la figura demagoga que apacigua al animal anarquista que todos llevamos dentro.

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