lunes, 14 de octubre de 2013

Hay una cierta magia que me atraviesa cada vez que salgo a la calle, es una suerte de paradoja ya que por un lado me aíslo de todo y por otro me conecto con ese conjunto de cosas que es el afuera.
Habiendo dicho eso paso a ser un breve resumen de los últimos tres días.
Día 1: Abro los ojos, sigo esperando su mensaje, sigo esperando que me dé una señal de que en su mundo no soy solamente una noche de lujuria.
Me enredo en las sábanas buscando una salida; miro por la ventana, trato de encontrarme a mí mismo, no veo ni siquiera mi reflejo. Dónde estoy? Dónde estás? Dónde estamos?
Día 2: Mis ojos apenas se abren luego de la borrachera de anoche. Será que te buscaba en el fondo de casa vaso? Acaso cada trago de alcohol mitigaba el dolor? Abro la ventana y el cielo está nublado, nuevamente ningún rayo de sol logra alcanzarme. El vidrio está empapado, señal de que llovió; llovieron las lagrimas que yo no llore. (No sé porqué no lo hice, quizá por temor, quizá por orgullo, quizá porque no lo valías, quién sabe..)
Otro viaje en colectivo donde no solo mi cuerpo viaja sino que mi mente también. El primero tiene un rumbo fijo, la segunda no.
Día 3: Despierto, lo primero que hago es ver el celular. (Él está vivo para mí pero yo para él no.) Vuelvo a apoyar la cabeza sobre la almohada, rompo en llanto. Junto fuerzas y me levanto para desayunar pero no logro centrarme en un eje y regreso a la cama para quedarme ahí tal vez para siempre, tal vez no.

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