lunes, 15 de febrero de 2016

Un día de verano. (I)

El autoflagelo emocional. La consciencia del dolor.
Cada recoveco de mi cuerpo sabe de vos. De vos y del astros.
Cada rincón del universo no sabe nada de mi, una vorágine incontrolable.
Mi sangre hierve al oír tu nombre, mis huesos se quiebran cuando te veo pasar y mi corazón implosiona en mil latidos que gritan tu voz.
Recojo mis pedazos desperdigados por toda la habitación, afuera, un averno de recuerdos. Bebo mi sangre lamiendola del suelo, me embadurno en ella. El goce de bañarme en ella.
El sabor de la ausencia.
Arrancó pedazos de mi carne, me relamo cada añico que queda.
Detono en un regocijo que se retroalimenta del mismo suplicio. Cada grito de placer, un lamento más. 

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