lunes, 15 de febrero de 2016

Carne verbo (II)

El comedor, la televisión.
La mesa y las 3 de la mañana.
Dos vasos, dos voces.
Más palabras. Ojos de un lado y ojos del otro lado.
Una sonrisa inocente y una risa cómplice de un misterio.
Atronador silencio.
Un beso, otro silencio.
El nudo del pecho y la garganta.
Viento, brasa y fuego.
El balcón. El vacío.
El fin.

Carne verbo (I)

El pacto, el mensaje,  el remis. Viaje y mariposas en la panza. Lanus-Avellaneda. El edificio, una dirección. (Lavalle 50).

La puerta, la espera, la incertidumbre. De nuevo el mensaje. El malentendido, el umbral.
La llave, el hall de entrada, la noche. El diálogo de cortesía,  la pregunta de siempre.
Otra puerta, el ascensor, el espacio mínimo,  el aire compartido.
Los labios y su código.  Los labios y su magnetismo.
La piel. Su piel. La nuestra.

La ultima puerta. La llave.
El gato, la mesa y la silla.

Un día de verano (II)

Sos como las estrellas que en el fulgor y la vorágine de la noche  artificial no se ven y aparecen solamente en la austeridad del campo abierto, abrazandote como un mar helado que acalambra hasta el más mínimo de los músculos. Paralizandote. Sofocando. Una soga al cuello.
Las estrellas.

Un día de verano. (I)

El autoflagelo emocional. La consciencia del dolor.
Cada recoveco de mi cuerpo sabe de vos. De vos y del astros.
Cada rincón del universo no sabe nada de mi, una vorágine incontrolable.
Mi sangre hierve al oír tu nombre, mis huesos se quiebran cuando te veo pasar y mi corazón implosiona en mil latidos que gritan tu voz.
Recojo mis pedazos desperdigados por toda la habitación, afuera, un averno de recuerdos. Bebo mi sangre lamiendola del suelo, me embadurno en ella. El goce de bañarme en ella.
El sabor de la ausencia.
Arrancó pedazos de mi carne, me relamo cada añico que queda.
Detono en un regocijo que se retroalimenta del mismo suplicio. Cada grito de placer, un lamento más.